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Lección de los viejos

Publicado el 26/03/2015 por Fuerza Nacional Progresista en Artículos, Declaración Pública, Opinión, Vídeos

Si los viejos pudieron, no se explica por qué no pueden los jóvenes.  Esta puede ser una tarea pendiente de cumplir a cargo de la comprensión de nosotros los dominicanos.  Parecería que en esa cuestión se encierra y reside el enigma de saber a ciencia cierta quiénes son nuestros líderes reales, además de los del pasado reciente.  El presente hirviente muestra que los tiene, pero muy a prueba.

Es bien cierto que resulta difícil evaluar la autenticidad sostenible de todo liderato.  Son tantos los hechos y tan variadas las circunstancias de las bregas sociales y políticas que la solidez y la eficacia de las orientaciones lidereadas ondulan demasiado entre los aciertos y errores.

De ahí es que un liderato puede surgir de forma bien neta y definida, por obra de acontecimientos, pero puede ocurrir que las cambiantes y volátiles vicisitudes de las luchas públicas hagan borrosa la consistencia que lo ha estado revelando como guía apropiada y confiable.  Por ello, esas oscilaciones de la percepción del liderazgo turban tanto la confianza y siembran incertidumbre hasta animar posibles dudas de que las dimensiones que se le reconocen al líder, en un momento dado, podrían flaquear y desvanecerse para el desencanto del seguimiento y daños esenciales a la República.

Es por ello que las pruebas de los liderazgos verdaderos son tan prolongadas en el tiempo y que sólo éste tiene la última palabra para otorgar ese reconocimiento del liderato, con categoría histórica, decididamente irreversible y respetable.  La adhesión del seguimiento al liderato puede enturbiarse y hacerse maliciosa en la versión repugnante del oportunismo y las lisonjas vacías que tanto daño suelen hacer al propio liderato, que termina por perder seguridad al apreciar lo que es sincero y lo que no lo es.

Es ese fenómeno de audacia, favorecido por el acceso frecuente y cotidiano, que filtra todo lo que pueda fluir desde fuera como realidad.  Se habla entonces de ese cáncer de las camarillas que tienta a los líderes reales a rehusarlas para alojarse en una soledad provechosa que le deje a solas con su conciencia.  Es detestable hablar solo de cosas gratas; “ese sentirse dueño de la función de cofre que guarda los secretos pequeños de los hábitos del liderato” que se nutre de cosas verdaderamente inservibles como que si “el hombre durmió bien, o mal”; “si está o no de buen humor”; “si quiere o no aprobar”; “si va o no a algún lugar”; “si tiene o no decisión de cosas fundamentales”.  En fin, todo un entorno bajo control aislante que genera limitaciones a la comprensión de lo trascendental y reduce al liderato, de tal modo, que lo que le asedia y le obstruye la visión colectiva y de futuro tiende a asfixiarse hasta degenerar en un ruinoso derrumbe de todo acierto posible.

Los dominicanos tuvimos, obrando en paralelas, dos singulares lideratos que alcanzaron casi el siglo como edad.  Cada uno frente a un mundo de sucesos, de eventos y contratiempos complejísimos lidiados dramáticamente.  Hojas de vidas diferentes en las cuales se aluvionaron características y rasgos especialísimos, en niveles tales que se hicieron leyendas, propiamente mitos, en el imaginario popular, cuya fé fervorosa asumía reciedumbre de lealtad obsesiva.

Adversaron, confrontaron y debatieron en términos de intemperancia recíproca; algo que se llegó a tener por sabido fue que jamás podrían converger en esfuerzos y posiciones conjuntas.

Todo indicaba que sus disputas y controversias, nichos de adhesiones enardecidas, nunca podrían confluir a un alto propósito de servir a la patria.  Sin embargo, llegó un momento que sirvió para consagrarlos como guardianes formidables de la soberanía y la independencia nuestra; se produjo un convencimiento compartido de que la patria estaba bajo ataque y que necesitaba una inflexión fuerte y determinante para blindar la unidad nacional.  Ambos advirtieron la conspiración, de escala mundial, que venía tratando de abrir paso a la desaparición y el hundimiento de cuanto hemos tenido y de cuanto hemos creído.

Viendo en retrospectiva la suerte nacional, resulta interesante comprobar que ambos fueron víctimas de golpes de estado; uno por un derrocamiento en el ’63 y el otro en la mutilación institucional, mediante estupro de la Constitución, en el ’94, teniendo a Haití de trasfondo, como contexto indefinible.

Yo que tuve el privilegio de oírles departir el día del amor en el mes de febrero del año ’86 y hablar con tanta sinceridad de los agradables recuerdos de la juventud, tuve una satisfacción agridulce al pensar porqué se dejaron separar tanto por las vicisitudes, pudiendo haber hecho mucho simplemente obrando, si no juntos, no tan separados.  Viví y participé en los dos aciagos desenlaces de ambos y me siento testigo de excepción para comparar el tiempo de ellos, los viejos, y el presente de hoy, de los jóvenes.  Aquellos tuvieron que reconciliarse y dieron una prueba portentosa de visión de futuro y desprendimiento, al grado de que los jóvenes ya están para cumplir más de tres lustros de poder, aunque las circunstancias son más comprometedoras y escabrosas, quizás por estar muy alejados y por debajo de la fortaleza intransigente de los dos viejos.

Es ahí cuando surgen las preguntas siguientes:  ¿Si lo pudieron los viejos, por qué no lo hacen los jóvenes?  ¿No puede ser espejo el pasado inmediato?  ¿No es más grave cuanto confrontamos hoy?  ¿Dónde están los lideratos responsables que han merecido el apoyo abrumador del pueblo en elecciones sensacionales?  ¿Qué se sabe de ellos y su actitud frente a las agendas menudas de los hartazgos de amiguetes?  ¿Y la Patria?  ¿Terminamos por entregarla?  ¿Admitimos, o no, que se reinterprete y se caricaturice?

He dicho que los líderes del presente deben tener pendiente que el boleto para el viaje hacia la historia sólo está disponible en la sagrada estafeta de la unidad nacional, más allá de todos los riesgos. Un desafío. Lo demás es el error como tragedia. Pero en qué momento.

Sogela Castillo, Vincho Castillo

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